Amor humano… exaltado a lo divino
Una de las historias más conmovedoras en el Nuevo Testamento es el encuentro que cambió la vida de una mujer quien, durante años, había sido presa de ataduras demoníacas. Ella se encontró con Jesús el Redentor de todas las cosas y fue libertada de años de enfermedad mental… años de pensamientos confusos… años de depresión.
María Magdalena
No tenemos registro del linaje de María, de su estado civil o de su edad. Ella era una mujer estimada y de vida acomodada. Vivía en un pujante y populoso pueblo en la costa de Galilea, a unas tres millas de Capernaúm. Las tintorerías y fábricas textiles primitivas añadían a la riqueza de la comunidad. Podría ser que la “Magdalena” estaba conectada con la industria del pueblo, porque no parecía estar desamparada. Parecía no tener obligaciones en el hogar, lo que sugería que ella era libre para seguir a Jesús en sus viajes.
En el libro de Herbert Lockeyer “Todas las Mujeres de la Biblia”, él afirma que “no hay ni una pizca de evidencia genuina que sugiera que María era una persona de mala reputación. María era una pecadora en el mismo sentido en el que todos lo somos, pues nacimos en pecado y fuimos forjados por la iniquidad.” Ella sí era, sin embargo, alguien que necesitaba liberación de la influencia demoníaca, y su afiliación con Jesús estaba por convertirse en algo que cambiaría su vida.
Ella es mencionada catorce veces en los evangelios y es una impresionante figura en ocho de los catorce pasajes. María es mencionada con relación a otras mujeres, pero siempre lidera la lista, lo que implica que ella ocupa el lugar al frente en el servicio prestado por mujeres piadosas. En cinco oportunidades se le menciona sola, la conexión es con la muerte y resurrección de Cristo. En una instancia, surge su nombre después del de la madre y la tía de Jesús, al estar ellas ante la cruz. Ninguna mujer era más importante que María en su absoluta devoción al Maestro.
Plenamente emancipada
Como se dijo antes, María sufrió los padecimientos de la locura temporal; los siete demonios la dominaban. Ella también parecía batallar con sus nervios, podría haber sido víctima de la epilepsia. Jesús vio que estaban destruidos su paz mental y su autocontrol, debe haber sido repugnante verla. La posesión demoníaca no afectó su moral, solo su mente y Jesús vio en ella algo más que solo su estado actual. Él vio un ángel ministrador que sería bendición para Su propio corazón y el de otros.
Al hablar Jesús en su voz con autoridad, Él mandó que los demonios atormentadores salieran de ella. Y, de repente, su mente enloquecida y atormentada por los nervios se tornó tranquila, como ese lago agitado que Jesús calmó. Volvió la cordura. Vestida de lucidez, ya estaba lista para convertirse en una de las mujeres discípulas más devotas, a quien mucho se le debe. Ella estaba agradecida por su sanidad física y mental. Ahora, la devoción a su Libertador y a Su causa era su único interés. Ella le dio lo mejor que tenía a Aquel que la había emancipado completamente de su posesión demoníaca.
Cuando Cristo la salvó, Él la liberó de las más altas virtudes del sacrificio, la fortaleza y el valor. Luego de ser liberada de la influencia demoníaca, ella figura como uno de los personajes más fieles y hermosos en los evangelios. Ella ayudó a Jesús grandemente en Sus actividades militares al ir Él de un lugar a otro predicando y enseñando Su mensaje. Ella era una fiel seguidora Suya.
Afecto terrenal
María estaba presente en la audiencia con Pilato y vio y oyó a los líderes religiosos vociferando por la sangre de Jesús, esa que era tan valiosa para el corazón de ella. Ella escuchó cuando Poncio Pilato pronunció Su sentencia de muerte por crucifixión, aunque no le había hallado falta a Jesús. Ella presenció y lloró cuando Jesús salió de la audiencia y la multitud le escupió y trató tan mal. Luego, ella vio cuando lo llevaron al fatal Calvario para clavarlo al madero. María escuchó con su corazón roto, Sus gritos amargos y vio todo durante esas temibles horas, hasta que el último soldado romano clavó su lanza en el costado del Salvador y lo declaró muerto.
Tan pronto Jesús entregó Su Espíritu, surgió en María la pregunta en la cruz: ¿Cómo podían hacerse del cuerpo sangrado de Jesús para prepararlo para su sepultura? Mientras se preparaba el cuerpo de Jesús y se colocaba en la tumba del jardín, María Magdalena permaneció sentada frente al sepulcro, contemplando a Jesús hasta que José dejó allí el cuerpo de Jesús. Ella fue la primera en regresar a la tumba en el jardín y presenciar el evento más importante en la historia del mundo y una verdad crucial para el cristianismo: la resurrección de Jesucristo. ¡Dios le confirió un gran honor a la fiel María Magdalena, al permitir que ella fuera la primera testigo de la resurrección!
Imaginen asomarse a la cueva, al filtrarse la luz de las primeras horas del día por Jerusalén… ¡ESTABA VACÍA! Ella comenzó a llorar. Dos ángeles se le acercaron diciendo, “Mujer, ¿porqué lloras?” Temblando, respondió entre el llanto, “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”. Y, luego, escuchó una voz que lo cambió todo, esa voz que ella amaba tanto. Era la voz de Jesús que decía, “¡María!”. Y ella clamó instantáneamente, “¡Raboni!” Postrándose delante del Señor resucitado, ella le habría asido de los pies, pero Él le dijo, “¡No me toques!”
El amor de María era de la naturaleza que se habría apoyado en la presencia humana de Jesús. Ella y los otros discípulos tuvieron que aprender a ir a un nivel más alto y aprender cómo tener una comunión más cercana, espiritual con Él. Su afecto terrenal necesitaba ser elevado a un amor celestial.
Amor celestial
Al escuchar las palabras de Asher Intrater en nuestra Convocación en Jerusalén, nos decía, “Suban más alto”, nos damos cuenta de que nuestra necesidad por cierto tipo de comunión con Jesús está siendo elevada ahora a un nivel más alto. Porque no es algo que conozcamos, puede ser que nos resulte incómodo al inicio, pero si estamos dispuestos a dejar lo que hemos conocido y a entrar a lo desconocido, nos daremos cuenta de que la comunión en esta nueva era no es sobre la base de aquello a lo que nos hemos acostumbrado en el pasado. Él está forjando algo nuevo, algo más grande.
Voluntariamente subiremos más alto… incluso a lo desconocido… para caminar más plenamente en el camino de esta nueva era.
Nuestra unción, nuestro lenguaje, nuestro entendimiento y nuestra revelación están cambiando.